Nos desentendemos de las
heridas
con verdades a medias:
hacemos creer
que ya no duele el alma;
nos herimos con palabras,
con torpezas de un delirio
al que llamaríamos fortuna
si saliésemos de esta trampa:
somos la tierra no fértil
de la que brotará la nada.
Nada llegaremos a ser
si nada es
lo que siempre pasa:
nada es la palabra exacta
que transita en nuestras
vidas,
ciegas de libertad,
impertérritas
ante una verdad heredada,
libertad:
sempiterna, alegórica
y mansa.
El libre albedrío es…
una falacia,
la parábola de un supuesto
Dios
que años atrás fue inventada;
fermentamos su esencia,
acomplejados entre lápidas
que crecen vertiginosamente y
con verdadera fuerza,
haciendo dos caminos
por donde había una vereda.
Y se tiñe de gris esta estepa:
la que muchos transitan con
ansia,
hallando finalmente el secreto
por el que ambicionan,
adoran
y aguardan;
por la invalidez de nuestra
habla
y por lo grácil que es lo
recóndito
se sustenta la gracia de
quienes duermen
en que por fin,
por fin…
se callan.