sábado, 22 de abril de 2017

Poemas que son para todos - III

Sería sencillo observar la vida
desde las ventanas de la muerte,
donde la brisa no la sople el viento,
donde colme la pena y no cese,
siendo aves ignífugas no
encomendadas a las cenizas,
aprendiendo de esta forma
la consecuencia de los dogmas
y sus máximas intrínsecas.

Sería entendible el ritmo
del proceso del progreso,
pues al final del camino
toda pena germina en conocimiento,
nacimos como tapices en blanco,
síndrome vástago de la inopia,
mas acabamos mimetizados
con tristeza y parsimonia
entre la hegemonía del pensamiento único.

Adentrándonos lentamente al marasmo,
a pies juntillas y obedientes,
con las lecciones bien aprendidas,
inculcadas cuando éramos frágiles,
calcinando el ego, cortos de miras,
sublevados contra el tiempo,
dejando pasar la vida,
convirtiendo las horas en un júbilo exhausto,
haciendo las paces con todo,
dejando los recuerdos pasar de largo.

Qué pena que seamos la lluvia
y vayamos cayendo en caos,
no somos la mano que tiende la ayuda,
sino más bien la que emerge del barro,
creyendo que el avance consiste en eso,
en respirar cada vez de manera más abrupta
hasta imbuirnos en la trama de lo incierto.

Nunca sabremos qué fuerza empuja,
quien nos presta aliento,

pero por dónde guía un camino feliz
sino por la senda del desconcierto,
cuál es la fuerza motriz del que ignora
sino la tristeza en su más vano intento:
quizá la pena del agravio por un corazón quieto,
la furia de saber que no volverá al movimiento,

Nunca sabremos qué fuerza empuja,
quién nos presta el aliento,

y como las hojas de otoño y con diferente esfuerzo
nos vamos cayendo
en infinito goteo,
dejando las raíces al aire,
apreciando el sinsabor del momento,

así acaba la existencia:
dejándonos caer
como la paz en una tarde,
mordiendo la tierra de todos,
sangrando la soledad en silencio,

llegando a una tierra de nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario