domingo, 18 de junio de 2017

ALINEAR EL TIEMPO

Lo recuerdo como si fuese ayer.

Era una mañana de verano donde el sol calaba fuerte y teníamos que andar con los ojos entrecerrados. La orilla nos acariacaba enternecedoramente mientras nos deslizábamos sobre su seno.

Recuerdo que si alguien pusiera atención en mi mirada, la hubiese descrito como unos ojos venidos a más, como si estuviese redescubriendo un héroe y únicamente escuchase el sonido de una patria, la voz de un hogar.

Aprendía sobre valores, sobre la importancia de redescubrirme constantemente, como si un niño de 6 años tuviera la capacidad de aprehender lo que significaba aquello. Quizá nunca supo ponerle valor al tiempo, probablemente jamás entendería su significado, pero trasvasé su realidad a la mía, haciendo de un concepto otro, como el que encuentra en la luz un rostro y en su pisar una travesía.

Aprendía el significado del dolor, a veces, cuando la pena sosegaba su orgullo en su galopante corazón de fiera, cuando me hablaba de sangre en vez de hablarme de lágrimas, cuando el rencor se nutría a partes iguales de su autoestima y de su pundonor. Supe poco de la suerte entonces, ni de la mala, ni de la buena, para mí era sólo un nombre al que se le atribuían sentimientos no satisfechos. Pero vi la linea entre la pena y ésta cuando supe del valor del tiempo, ya que del azar viene la rueda que dicta quien forma parte del dolor y quien con la desdicha, se consuela.

Mis pequeños pies de niño, queriendo saber más de ser mayor que de crecer, eran siempre pies a la espera: habiendo aprendido tanto de alguien que tanto enseña ya no tenía sentido alguno crecer de otra manera; pero hoy, que soy algo mayor, es extraño: empiezo a caminar a tientas, mis pequeños pies no saben tanto, ya no caben playas en mi cabeza.

Quedan las ruinas de otros, la misantropía y las malas hierbas.

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